La expansión de la agricultura, la ganadería y las ciudades ha reducido significativamente los bosques, praderas y humedales. Especies como el yaguareté, que necesita grandes extensiones de selva para cazar y reproducirse, se ven cada vez más aisladas. Los fragmentos de bosque que quedan no siempre son suficientes para mantener poblaciones saludables, lo que aumenta el riesgo de enfermedades y disminuye la diversidad genética. Además, la pérdida de vegetación provoca erosión del suelo y cambios en el ciclo del agua, afectando a todos los organismos del ecosistema.
A pesar de las leyes, la caza ilegal continúa siendo un problema grave. Animales como el pecarí chaqueño o el guacamayo rojo han sido históricamente cazados por su carne, plumas o como mascotas exóticas. Esto ha reducido sus poblaciones drásticamente y, en algunos casos, ha llevado a la especie al borde de la extinción. El comercio ilegal sigue existiendo debido a la demanda de animales exóticos y productos derivados de la fauna, lo que demuestra la necesidad de educación y controles más efectivos.
La contaminación de ríos, lagos y suelos afecta directamente a los animales que dependen de estos recursos. Sustancias químicas como pesticidas, fertilizantes, metales pesados y plásticos contaminan el agua y los alimentos, provocando enfermedades, malformaciones y muerte de muchas especies. El cóndor andino, por ejemplo, se ve afectado cuando consume carroña contaminada, mientras que peces y anfibios desaparecen en ambientes alterados por pesticidas y metales tóxicos.
El cambio climático modifica los patrones de lluvia, la temperatura y los ecosistemas donde viven los animales. Esto afecta la disponibilidad de alimentos y agua, obliga a algunas especies a migrar y altera los ciclos de reproducción. Animales como el huemul, un ciervo andino en peligro de extinción, sufren cambios en su hábitat que dificultan su supervivencia. Las sequías prolongadas y los incendios forestales son cada vez más frecuentes, lo que pone en riesgo tanto a la fauna como a las comunidades humanas cercanas.
La introducción de especies exóticas por el ser humano puede generar competencia directa con la fauna nativa. Por ejemplo, el conejo europeo y la trucha arcoíris desplazan a especies locales de su hábitat y consumen recursos naturales, generando un desequilibrio ecológico que afecta a la cadena alimentaria. La falta de depredadores naturales para estas especies invasoras agrava el problema y obliga a implementar planes de control y manejo.
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